domingo, 20 de abril de 2008

cds

Se puede saber como es una persona por la forma en que ama los discos.

¿Has visto a alguien de los 60 o los 70 coger un disco? Fíjate cómo lo hacen, con qué mimo ponen los dedos en los bordes, con qué ceremonial lo sacan de la funda –por lo general en bastante buen estado-, de qué forma lo sujetan para no meter la yemas asquerosamente sudadas en las estrías, cómo les dan la vuelta. Dios..., ni siquiera se puede ser más suave y tierno con una persona del sexo contrario. ¡Querían –y quieren- a sus discos, los muy cabrones! Ahí estaban –y están- sus emociones, sus rollos, su COSA. ¿Qué queréis que os diga? Yo les envidio. Nosotros somos la generación del compact y si os paráis a pensar un momento... eso significa algo. ¿Somos los indestructibles o tal vez los de usar y tirar? A un compact, -un CD-, puedes ponerle la mano encima, pisarlo, dejarlo fuera de la funda aunque se llene de polvo, vomitarle encima. Y ni siquiera es porque sea duro.

Sólo porque es una pequeña mierda que resiste.

Nosotros somos compacts, ésta es la relación.

La puta generación del CD.

Desde que lo comprendí, entiendo mejor dónde estoy, qué hago, hacia dónde voy, suponiendo que por el simple hecho de poner cada día un pie delante del otro vaya a alguna parte, como ahora.

Tienes lo que tienes y te vale.

Mi cabeza aún creo que es un vinilo, y tiene profundas estrías. En cambio mi corazón es un compact.

Cuidado con el laser-disc.

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